Decir Adiós Duele

Thursday, September 11th, 2008 UTC

Un dicho antiguo resuena al compás de, “Es una pena que las personas no sepamos bien con lo que contamos hasta haber saboreado la amargura de su ausencia”. Te declaro afortunado si trasciendes esta simple verdad, porque me atrevería a decir que una cantidad vulgarmente gigante de la población se identifica con estas palabras, con un pequeño retorcijón en sus estómagos que piden aquello dejado atrás.

La gente se pavonea por las calles de asfalto, con sus accesorios de lujo colgando a plena vista y su cuidadosa pinta, mugiendo quejidos de qué tan exasperante resulta su madre cuando no le permite ir a X o Y lugar, o mientras toman el bus sueltan una retahíla de gruñidos acerca de lo absurdo que resulta tal persona por tal cosa, o tal lugar por esta otra razón.

Pero cuando tomamos el primer paso hacia lo nuevo y lo desconocido, lugar que no permite accesorios ni valija repleta del antaño, nuestros corazones empiezan a dar una pequeña rabieta, añorando lo que se deja atrás. Cuando llega la hora del último abrazo, de la última mirada, del último respiro, del último vistazo, ya hemos abordado el avión o el tren que aumenta la distancia entre lo que fue y lo que será.

Y cuando ya es muy tarde, apreciamos que una vez pudimos decir (y con frecuencia, nunca lo dijimos), “yo era parte de esto… me acompañaba esto”. Nos duele mucho ¿verdad? Independientemente de lo emocionante que es voltear la página a cosas nuevas, nos duele la ausencia de la hoja anterior. Pues es tiempo de despertar.

A la gente que encuentra irritable su familia, o que no valora lo que esta tierra le entrega, envuelta en el regalo fresco y palpitante de la vida, que el mordisco de la ausencia sea un despertar, un abrir de ojos completamente nuevo, un destape de las fosas nasales al olor fresco de la renovada conciencia. Que aprendamos todos, y me incluyo dentro de los pronto-a-ser-concientes, a valorar lo que tenemos, antes que lo perdamos.